Decir que un pueblo chico es un infierno grande es un cliché, una obviedad desde la que Selva Almada construye esta historia que, sin embargo, de obvia no tiene nada . Comienza con el final: el Pájaro Tamai y Marciano Miranda están tirados en el piso, están muriendo. Lo que viene después es el antes. Dos familias enfrentadas por el odio de sus padres, pero que tienen constantes puntos de acercamiento. Tamai y Miranda, los padres, se pelean. Reyertas de machos de pueblo. Los hijos, a pesar de eso, se convierten en mejores amigos. Hasta que al padre de uno lo matan y el padre del otro se marcha. Como una herencia maldita, aunque su enfrentamiento no tendrá relación directa con la rivalidad de los padres, los dos amigos se convertirán en enemigos. Y la frutilla del postre será una vendetta en la que ambas familias seguirán autoinfligiéndose daño. Con la magistralidad que la caracteriza, Selva Almada presenta un pueblo del corazón del norte argentino, donde la masculinidad es asfixiante